El 21 de mayo se celebra el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo (UNESCO).
La Identidad cultural es el conjunto de valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento que funcionan como elemento cohesionador dentro de un grupo social y que actúan como sustrato para que los individuos que lo forman puedan fundamentar su sentimiento de pertenencia. No obstante, las culturas no son homogéneas; dentro de ellas se encuentra grupos o
subculturas que hacen parte de la diversidad al interior de las mismas en respuesta a los intereses, códigos, normas y rituales que comparten dichos grupos dentro de la cultura dominante.
La diversidad cultural se manifiesta por la diversidad del lenguaje, de las creencias religiosas, de las prácticas del manejo de la tierra, en el arte, en la música, en la estructura social, en la selección de los cultivos, en la dieta y en todo número concebible de otros atributos de la sociedad humana
El Perú posee una alta diversidad de culturas y el país cuenta con 14 familias lingüísticas y al menos 44 etnias distintas, de las que 42 se encuentran en la Amazonía. Estos grupos aborígenes poseen conocimientos importantes respecto a usos y propiedades de especies; diversidad de recursos genéticos (4 400 plantas de usos conocidos y miles de variedades), y las técnicas de manejo. Por ejemplo, en una hectárea de cultivo tradicional de papas en el Altiplano del Titicaca es posible encontrar hasta tres especies de papa y diez variedades.
Esto es más que todas las especies y variedades que se cultivan en América del Norte.
“La diversidad cultural amplía las posibilidades de elección que se brindan a todos; es una de las fuentes del desarrollo y es un medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual satisfactoria”. Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural. Artículo 3
Pero también hemos asociado la diversidad cultural con la actual dinámica de los flujos migratorios. En efecto, si la civilización humana sólo es posible por medio del movimiento, es decir, la transmisión y el intercambio de saberes, de valores o de formas de hacer, los flujos migratorios se convierten un referente de primer de orden cuando se aborda la diversidad cultural.
De acuerdo con el International Migration Report de 2002, el número de inmigrantes se ha duplicado desde la década de los 70. Aproximadamente 175 millones de personas residían fuera del país en que nacieron; esto equivale a que una de cada diez personas en las regiones desarrolladas es inmigrante, y cada vez un mayor número de ellos proceden de países cada vez más lejanos. De los 200 países que hay aproximadamente en el mundo, dos tercios de los mismos cuentan con al menos un grupo minoritario, étnico o religioso que constituye al menos el 10% de la población.
Mientras que las causas de esa migración son múltiples (económicas, políticas, personales, etc.) un hecho es cierto: vivimos en sociedades cada vez más heterogéneas y complejas. Esta nueva conformación de las sociedades trae como consecuencia que la diversidad cultural esté presente en nuestra realidad de todos los días: personas de distinta raza, etnia, religión, etc. se están viendo implicadas en relaciones de interacción y convivencia cotidiana.
Sin embargo, debemos recordar que las sociedades (receptoras) no son, en forma alguna, homogéneas, y se fundamentan en la diversidad cultural. Los flujos migratorios lo que hacen es introducir nuevos elementos de variación en contextos netamente pluriculturales, lo que según Arunabha Ghosh convierte sencillamente en una falacia el llamado choque de civilizaciones, hipótesis defendida por Huntintong en su polémica publicación sobre la nueva conformación del orden mundial después de la guerra fría.
Si uno de los desafíos tienen planteados muchos estados es el compatibilizar la idea de pluralidad cultural con la idea de unidad nacional, la inmigración puede ayudar a enriquecer el debate, a amortiguar las tensiones en relación con los nacionalismos tradicionales, y a responder a los numerosos interrogantes que se entremezclan en torno a la diversidad cultural : ¿Es posible conformar sociedades que compartan un sentimiento de pertenencia común y sean realmente pluralistas?, ¿cómo compatibilizar la promoción de comunidades culturales con una comunidad nacional?, ¿qué tipo de políticas y prácticas sociales son las más adecuadas y eficaces para preservar la diversidad cultural al tiempo que promueven actitudes y valores que alientan el respeto mutuo?, o ¿cómo crear las
condiciones que garanticen una armoniosa interacción y una voluntad de convivir de personas y grupos con identidades culturales plurales y dinámicas?
Las diferencias son inherentes a los seres humanos, siendo una muy principal la diferencia que emana de la procedencia cultural, sustento dinámico y cambiante desde el cual el sujeto construye su identidad propia. La respuesta de la educación
a la diversidad implica asegurar el derecho a la identidad propia, respetando a cada uno como es, con sus características biológicas, sociales, culturales y de personalidad, que permiten precisamente la individuación de un sujeto en la sociedad (UNESCO, 2007a).
En tanto derecho humano, el derecho a la educación no significa sólo acceder a ella, sino además que ésta sea de calidad y logre que los alumnos se desarrollen y
participen lo máximo posible. El derecho a la educación es también el derecho a aprender y a desarrollar los múltiples talentos y capacidades de cada persona, para ser actores efectivos en sociedades cada vez más plurales (UNESCO, Op. cit.).