domingo, 14 de marzo de 2010

EL QUEHACER DEL HISTORIADOR


Cualquier ser humano realiza un trabajo parecido al del historiador cuando, al tratar de explicarse las circunstancias en que vive, al intentar comprender a otros o solucionar los conflictos que genera la vida social, recurre al pasado.
El historiador es un profesional que investiga –de manera sistemática y rigurosa– qué ocurrió en el pasado. Sus trabajos empiezan con alguna preocupación o inquietud; con preguntas o problemas. Como muchos individuos, y al igual que todos los científicos, el historiador es curioso. Su curiosidad lo lleva de una pregunta a otra, de un problema a otro. Cuando cree que ya ha resuelto algo, se le presentan nuevas dudas porque siempre puede profundizar más, añadir algo o establecer otras relaciones entre los hechos históricos. La materia prima con la cual el historiador procura resolver los problemas son los testimonios legados por generaciones anteriores.
En ellos busca las “huellas” o los “indicios” que le permiten despejar sus dudas. En los casos de sociedades con escritura, los documentos constituyen testimonios imprescindibles. La labor del historiador no es coleccionar datos ni llevar un registro de acontecimientos. Lo que le interesa es saber, comprender y explicarle al resto de la sociedad qué sucedió, cómo y por qué sucedió de esa particular manera.
El historiador debe decir qué documentos utilizó para explicar un hecho o proceso histórico, con base en qué testimonios hace ciertas afirmaciones, por qué le da determinada sucesión a los acontecimientos, cómo justifica la relación de unos con otros. A partir del siglo XIX, todos los historiadores han asumido esta exigencia de precisión.
En buena medida, la cronología exacta de los acontecimientos–sucesión de fechas– ha sido una herramienta clave, así como la determinación de la autenticidad, la procedencia, el valor e intención de los testimonios. Es necesario interpretar los testimonios a partir de la época o el contexto histórico en el que fueron producidos, por ello hay que preguntarse: qué dijo y qué ocultó el testigo o el autor del testimonio, qué palabras utilizó y cuál era el significado de esas palabras en ese momento.
Las personas que fueron actores o testigos presenciales de determinado hecho histórico lo relatan siempre desde su muy particular posición. Su idea del mundo, sus valores culturales, su nivel de educación, sus intereses personales, su estado de ánimo y otras opiniones influyen en el relato que proporcionan. Por ejemplo, lo ocurrido durante la Revolución Francesa, en los agitados diez años transcurridos entre 1789 y 1799, fue relatado de muy distintas formas, de acuerdo con la posición de la persona o el grupo al que pertenecía. Son muy diferentes los testimonios de los defensores de la monarquía, de los republicanos, los sacerdotes, los periodistas, los sirvientes domésticos, las mujeres, los jóvenes y los ancianos.
Al confrontar las distintas versiones de los hechos y ubicarlas en la especial problemática por la que atravesaban Francia y el resto de Europa en esa época, y al comparar estas versiones con otros testimonios, el historiador está en posibilidades de proporcionar una imagen aproximada de lo acaecido.
Pero hay un problema, el historiador es un individuo de su época y emprende su investigación con una particular visión del mundo y con preocupaciones determinadas Los historiadores tratan de “ponerse en el lugar” de los hombres del pasado, de los actores de la época, pero no pueden experimentar lo mismo porque están influidos por sus propias ideas y valores, por la gente que los rodea, por los libros que han leído, por su formación universitaria, etcétera.
Por ello, los historiadores deben siempre preguntarse qué posición personal adoptan frente a los hechos históricos y cuidarse de no caer en exageraciones, prejuicios o tergiversaciones.

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